Si nos preguntan a los padres qué queremos para nuestros hijos, muchos de nosotros responderemos que lo que queremos es que sean felices…
En ese sentido, y siendo coherentes con esta premisa, nuestra obligación como padres es crear un ambiente donde el niño se sienta seguro en todos los sentidos, donde la responsabilidad del niño sea crecer y donde pueda poner todo su esfuerzo en esa dura tarea, respetando sus ritmos, sabiendo que siempre va a estar su madre o su padre ahí para darle la mano cuando haga falta, para darle besos y abrazos cuando lo necesite, para jugar y reírse con el, o para consolarlo cuando llore.
Desde la experiencia como educador y como padre, cada vez le doy más importancia al desarrollo emocional de los niños desde el mismo momento en el que nacen. «Hacer que nazca un niño no basta, también hay que traerlo al mundo». (Boris Cirulnik: Los patitos feos. La resiliencia: una infancia infeliz no determina la vida. Gedisa editorial).
Si somos capaces de establecer un vínculo sano, positivo y seguro con nuestros hijos, vamos por el buen camino. Pero no basta con esto. ¿Cómo lo hacemos? Siendo responsables, sabiendo que «traer al mundo» a nuestro hijo es nuestro derecho y nuestra obligación, dejando que el niño vaya creciendo en todos sus aspectos y respetando su ritmo.
Si tenemos la suficiente paciencia, y somos suficientemente observadores, nos daremos cuenta de que los niños van marcando su propio desarrollo y van teniendo inquietudes que solo ellos, mediante la experimentación, pueden ir satisfaciendo. En este punto es donde cobramos mayor importancia. No tenemos que trasladar nuestros propios miedos coartando su curiosidad o su experimentación y no tenemos que intentar que vayan más rápido de lo que ellos mismos demandan. Es muy importante que se sientan seguros y que tengan la certeza de que pueden curiosear por aquí o experimentar por allá sin miedo y sin riesgos.
El dejarlos experimentar no supone no estar al 100% pendientes de ellos; en muchas ocasiones se nos ponen los pelos de punta al ver a un niño de 15 meses, que lleva poco tiempo andando, intentar bajar un escalón. Es en ejemplos como estos donde tenemos que hacer un gran esfuerzo para no cogerles de la mano e intentar ayudarlos a no ser que ellos nos lo pidan.